miércoles, 28 de septiembre de 2011

Historia de un insensato cumpleaños

Organización. Una palabra sencilla. Doce letras. Seis vocales. Seis consonantes. Una tilde. Tan fácil de escribir. Aún más fácil de decir. Y tan, tan desesperada e insensatamente difícil de conseguir.

Cuando esta palabra brilla más es (obviamente) por su ausencia. Este pasado sábado tuvimos una muestra de su resplandor (de hecho, fue lo único que brilló durante la noche).
Pongámonos en situación: cumpleaños de una insensata aleatoria. Fiesta sorpresa. ¿Lugar escogido? La playa. ¿Una playa cualquiera? No, el Embarcadero de Lucía, una cala del Carabassí. ¿Hora? 21:30. La decisión parece bastante insensata hasta que tenemos en cuenta que el lugar está entre la discoteca Amanecer y un chiringuito de la playa. Luz y música asegurados. Ah, muy bien. El plan me gusta. Pues vamos.

Primer error: encuentra el lugar con el Carabassí todo oscuro (tan oscuro que ni entre tres veíamos ídem en un burro) y sin saber dónde es. La intuición (soy un insensato por confiar en mi orientación, pero no me suele fallar...) me lleva a un lugar. Dudas. Preguntas a la gente que está pescando a oscuras. ¿El embarcadero de Lucía? Sí, es esto. Válgame $deity$. Aquí hay menos música que en KKO. Y de la luz mejor ni hablar. Tiemblas y confías en que Aixa llegue pronto.
De pronto, una luz inesperada ilumina nuestras expresiones. No os emocionéis mucho, es la del móvil de Cath. J anda por ahí, llegando a oscuras, como mandan los cánones. Será nuestro mesías y nos sacará de la oscuridad, pensamos. Llega hasta nuestro rincón de recogimiento y nos comunica que sabe dónde es, y que nos guía. Das vueltas, buscando luz y música, pero allí hay más oscuridad que en Blade y Underworld juntos. Te desesperas. Llamas por teléfono. Vuelves a llamar. ¿Después del faro? No, antes. Pero si antes no hay nada. Que es antes, te digo. Bueno, vale. Aixa no llega.
Vamos para allá. Vamos para acá. Vamos para allá. Llegamos a un pueblo (¿lol?). Nos dicen que nos hemos pasado. Nos volvemos. Ahí no hay nada. Además, hay que tener en cuenta que la velocidad máxima son 40 km/h, porque en esa carretera, entre que nos se ve nada y que tiene más curvas que Angelina Jolie, realmente esperas que en cualquier momento te aparezca Richard Clayderman en su piano sin control. De repente J aparca en medio de la nada, y cuando bajamos nos dice que la discoteca es "eso". Miras, y no ves nada. Te sientes como cuando Cris te chista en Altabix. Finalmente distingues la silueta, negro contra negro, de un edificio anónimo, apagado y cerrado. La disco está off. Al pelo.
Aixa llega, por fin. Se suponía que llegaba a las 21:30. Serían alrededor de las 22:15. Va a recogernos y guiarnos al lugar adecuado. Pobre ilusión nuestra. Aixa pasa de largo. La llamamos al móvil: sin cobertura. Pégame un tiro y acabemos con esto, por favor. De pronto, la luz de la esperanza ilumina mi móvil: por fin Aixa vuelve a tener cobertura. ¿Dónde estáis? Te has pasado, te espero en el borde de la carretera para que me veas.
Espera unos minutos. No llega. ¿Pero hasta dónde se nos ha ido esta mujer? De repente, te quedas blanco. Acaba de pasar la cumpleañera en otro coche. También se ha pasado de largo. Vamos apañaos. Llega Aixa. ¿Organización? Eso, para los Juegos Olímpicos. Seguidnos, que no es aquí. La seguimos. ¿Dónde creéis que nos lleva? Si, señores, previsible y obvio: al lugar donde yo había aparcado la primera vez. No hay música, no hay luz. El chiringuito también está off. Finales de septiembre, u know.
Absolutamente insensata la noche, como podéis ver. Sin embargo, cuando la compañía es buena, el resto importa poco. Dos antorchas bien situadas nos dejaron vernos las caras durante un rato, y la cena estuvo rica.
Doce letras, nenes. Doce letras. Un asunto insensato, desde luego.